Hola a todos. Estoy sorprendida,porque,bajo mi juicio,muchas personas han visitado el blog. Así que os dejaré un relato del que estoy muy orgullosa: Hace poco,participé en un concurso del Instituto Andaluz de Deportes (IAD) titulado ''Yo,deportista''. Obviamente,tenía que contener algo sobre el deporte. No supe sobre qué deporte escribir,pues la mayoría de gente hablaba de Grecia,de los Juegos Olímpicos,de los Paralímpicos,y relatos en plan ''superación'' y esas cosas,ya me entendéis. Así que escribí sobre el deporte del velero. No es uno de los más importantes,pero,es un deporte,y eso era lo que importaba.
Como os cuento,me llegó un correo del IAD comunicándome que había quedado séptima de Andalucía,y que mi relato iba a ser publicado.
Dentro de poco se hará así,y les estoy muy agradecida.
Aquí os lo dejo. Disfrutarlo; yo disfruté escribiéndolo.
Un beso a todos,y no olvidéis comentar,y,si podéis,votar en la encuesta.
PD. Me da cosa decirlo,pero por si las moscas,os pediré que no lo plagiéis ni nada de eso,sobretodo porque ya está escrito a mi nombre.
Hoy, el viento hacía bien su trabajo.
Soplando de popa, empujaba el velero como si de un barquito de papel
se tratara. Había acabado de mandar a Lizz a revisar el aparejo. La
brisa del mar revolvía los rebeldes mechones dorados de su cabello.
No me había percatado hasta ahora de la cantidad de amor que
profesaba a L.Albatross,el cariño con el que ajustaba las poleas de
la vela, cada contacto con la cuidada madera, el brillo de sus ojos
al manejar el timón, el claro esbozo de su sonrisa al zarpar, la
satisfacción que la delataba cuando descubría que la había estado
observando y no había agregado ningún comentario. Sí, esa era mi
manera de hacerle saber que lo estaba haciendo bien. El sonido de las
aves, normalmente situadas cerca de la costa, distrajo mi
mente.Algunas de ellas eran albatros,de dos tipos. Cada vez que
navegábamos esas enormes aves,cuyas alas medían aproximadamente dos
metros,se posaban a veces en la cubierta.La primera vez que subí al
velero,una de ellas estaba allí,siendo una cría. Podría haber
sido un manjar para los tiburones,pero aquel día me la llevé a casa
y la cuidé hasta que supo volar. El velero lleva su nombre.
A lo lejos,vislumbré la
ciudad.Normalmente, soy yo el que atraca en el puerto. Esta vez, dejé
a Lizz. Lo tenía pensado antes de que me lanzase una de sus miradas
caprichosas. Mi hermana se acercó al timón y posó ambas manos
sobre él haciéndolo rodar hacia la derecha. Miraba sin parpadear al
frente, como le había enseñado días atrás. Tuve que aceptar que
lo manejaba muy bien, pero no se lo dije. Aunque,pensandolo bien,no
era de extrañar que le gustase navegar. Desde pequeña la había
invitado a participar en algunas competiciones entre los veleros de
mis amigos y el nuestro. Siempre ganaba L. Albatross.
El velero cruza por entre un sinfín de
acorazados de la base militar de Pearl Harbor. En realidad, no
vivimos aquí. Nos mudamos a California cuando mi hermana era todavía
una mocosa de siete años que jugaba con una muñequita llamada
Mariquita Pérez, que le regaló mi padre en un viaje que hizo a
España hace un par de años. Solemos venir en vacaciones a ver a los
abuelos. Tienen una casita preciosa, pequeña pero acogedora, y un
jardín repleto de flores silvestres y rosas. Mis padres no suelen
quedarse, vienen aquí para traernos y recogernos.
Lizz está a punto de conducir el
velero hasta el sitio que tenemos reservado para atracar. No ha
dejado de mirar al frente; se la ve decidida. Lo ha conseguido.
Se da la vuelta y me da un enorme
abrazo de oso, con una sonrisa de cumpleaños. Pocas veces la veo tan
contenta, aunque es una joven realmente emotiva. A veces, parece que
sigue teniendo doce años.
Lizz agita los brazos, da vueltas sobre
sí misma, y no deja de saltar y aullar. Miro a ambos lados para que
no me vea nadie en presencia de mi hermanita feliz. ¿Sinceramente?
Me da vergüenza ajena cuando se pone tan entusiasta. Para un
muchacho como yo de veintiún años, esto resulta patético,
ridículo. Pero la comprendo
cuando recuerdo la primera vez que yo conseguí atracar por
primera vez este velero. Recuerdo que fue una de las mejores
experiencias de mi vida, jamás me había sentido así. Ya no era
sólo el olor a brisa marina y a sal, la arena arrastrada por el
viento, cada movimiento del timón. Recuerdo que lo conseguí, cerré
los ojos. Los volví a abrir, y deseé que nadie me pellizcase.
Pensé que en aquel momento el mundo se había detenido. Sí,para mi
realmente se detuvo. En aquel momento,no podía chillar ni aullar, no
podía saltar; no podía siquiera moverme. Ni pestañear, después de
abrir de nuevo mis ojos azules. Sólo escuchaba los graznidos de las
aves, y mi corazón palpitar hasta hacer retumbar los oídos. Sentía
cada pulso como uno sólo. Ahora lo pienso, lo recuerdo, y vivo lo
que está viviendo mi hermana, y me parece una exageración. Pero
aquel recuerdo tan preciado jamás se irá de mi memoria, de eso
estoy seguro. Ni esa felicidad tan palpable que experimenté.
Así que sé exactamente como se está
sintiendo mi hermana. Orgullosa, capaz, feliz. Sé que no puede ni
pensar ''lo he conseguido''. Me alegro de haber compartido este
momento con ella.
Lizz me besa en la mejilla y enciende
la radio del velero. La guerra en el frente ruso dominaba las
noticias, y los alemanes se hallaban luchando a temperaturas más
bajas que quince grados bajo cero. Desde Washington,el secretario
Hull esperaba la respuesta japonesa. La atención, según decían, se
centraba en los movimientos de las tropas japonesas de Indo-China.
Frunzo el entrecejo y rezo por momentos para que Estados Unidos no
entre en guerra.
Al llegar a casa, le he prometido a
Lizz que la llevaría a Ford Island al anochecer. He pensado en
llevarnos una tienda de campaña y asentarla en la playa, llevarnos
un farolillo, y un paquete de salchichas. A ella le ha entusiasmado
la idea y ha cancelado sus planes de ir con las vecinas al centro de
la ciudad. Nada más llegar a casa, ya le ha pedido permiso a papá.
Él, después de acceder, no ha dejado de mirarnos a ninguno de los
dos con una sonrisa en la comisura de los labios, que dejaba entrever
por debajo del bigote. Lizz y yo nos miramos sin saber bien qué
hacer, hasta que recuerdo que hoy es día 6 de Diciembre. Es el
cumpleaños de mamá.
Me dirijo a el jardín. Allí está
mamá, tendiendo la ropa limpia. La rodeo con ambos brazos por detrás
y la estrecho contra mi.
La beso con suavidad en ambas mejillas
y acto seguido me encojo de hombros. Mamá sonríe.
Vuelvo a encogerme de hombros.
Mi madre es como un libro abierto.
Primero esboza una media sonrisa, mira al suelo empedrado y después
clava sus ojos azules en los míos.
Rezo para que no insista.
- Hablaré con tu padre.-traga
saliva-Por ahora, se acabó eso de salir en el velero, Dan.
Oh, por Dios.-le interrumpo- Lizz
no es una niña, tiene dieciséis años y yo veintiuno. Sabemos
cuidarnos solitos, mamá.
Ella contrae el gesto.
He dicho que...
¡Me da igual lo que hayas
dicho!-replico con dureza- Hoy es nuestro primer día de vacaciones
aquí, y no puedes impedirnos salir. -Retrocedo abriendo los brazos
con desdén- Si no querías que disfrutaramos ,no habernos traído.
Y te recuerdo que nuestro país no está en guerra.
Después de interrumpirla ,mi madre ha
respondido algo, pero ya no la escucho ni quiero escucharla. Lo único
que tengo claro que es que no le diré una palabra de esta
conversación a Lizz,y que lo de está noche seguirá en pie.
Pensándolo bien, nos vendría bien a mí y a mi hermana evadirnos un
poco de los problemas de la familia y de la guerra. Pensándolo bien,
podríamos perfectamente pasar el día de mañana en Ford Island.
Dormiríamos esta noche allí, desayunaríamos y pasaríamos la
mañana allí. Quizás incluso la merienda. Dudo mucho que papá le
de mucha importancia a pasar un día maravilloso sin adultos en la
playa. No creo que, aunque mi madre le insista, nos lo prohíba. Al
fin y al cabo, el velero fue un regalo de los abuelos.
Después de comer, mis padres ya tienen
las maletas hechas para irse. Lizz,los abuelos y yo salimos a
despedirlos. Abrazan a Lizz y a los abuelos, y llega mi turno. Papá
me estrecha la mano y me da un pequeño abrazo, y eso que él no es
muy efusivo .Lleva de la mano a mi madre, que me mira a la vez
suplicante y con una amenaza en los ojos. Siempre esos ojos azules
tan penetrantes ,tan parecidos a los míos. Me aparta un mechón
rebelde de la frente y me estrecha entre sus brazos mientras se pone
de puntillas. Siento el perfume de su aliento, sus brazos agarrando
mi cuello. Puedo imaginar como está cerrando los ojos tras mi
espalda.
Asiento mientras ella suspira y separa
ambos brazos para volver a mirarme una última vez y subirse al
coche. Desde la ventanilla papá conduce y mamá dice adiós con la
mano.
Me acerco a Lizz y le cojo de la mano.
Su semblante está serio, pero esboza una media sonrisa cuando se la
estrecho un par de veces. Nos dirigimos hacia la acogedora casa, pues
aquí ya hace un frío que pela. Me pregunto si de verdad hoy es buen
día para acampar en Ford Island, pero desecho esos pensamientos.
Sólo será una noche.
Son las siete de la tarde. Me encuentro
haciendo la cena para los abuelos después de pedirles permiso para
pasar la noche fuera con Lizz y el velero. La abuela es bastante
sobreprotectora, y por las temperaturas tan bajas que van a hacer
esta noche, se ha opuesto.
Mi abuelo es bastante más accesible y compartimos, lo que se dice,
el mismo idioma. Mientras que él nos deje, todo marcha
perfectamente. Les he hecho arroz, y se lo he dejado en un cuenco a
mi abuela para que lo fría más tarde. He pensado que, mejor que
salchichas, voy a hacer unos tres bocadillos de queso y jamón york
para envolverlos y meterlos en una mochila. Lizz no es de mucho
comer, así que creo que con eso y algún trocito de pastel bastará.
Mi hermana entra en la cocina y me
anuncia que ya ha preparado el velero. No me ha dicho nada de que
fuera a ir a prepararlo, así que tuerzo el gesto. Ya es casi de
noche, y el cielo está bastante oscuro. Si se piensa que ella va a
conducir el timón, está muy equivocada. Le cuelgo la mochila en la
espalda y salgo fuera, al cobertizo, para coger los sacos de dormir y
un par de cerillas. Ella me sigue para irnos unos instantes después
al puerto.
Ya pisando el suelo de madera del
velero, dejo las cosas en el suelo bien agarradas con cuerdas y me
dispongo a hacer una revisión en general. Cada día mi hermana me
sorprende más, porque también esta vez está todo en su sitio. Ella
ya se ha dado cuenta de que no pienso dejarla conducir el velero, y
por una vez no protesta. Supongo que estará preocupada acerca de la
guerra,y del papel que tendría que interpretar nuestro padre en el
ejército. La miro casi con tanta dulzura como la miré esta mañana
y sé que voy a seguir sorprendiéndome con su actitud. Y es que yo
sigo recordando a la jovencita caprichosa que entró hace unos tres
años en el internado, y no la reconozco. Ha crecido mucho. De nuevo,
vuelvo a pensar que está preocupada por nuestro padre. Pero,¿cómo
explicarle que la guerra es así?, ¿que incluso un joven de su edad
podría pilotar un avión y soltar explosivos?
Desvío la mirada al suelo para que no
me lea lo que pienso. Y es que yo también soy un libro abierto.
Cuando llegamos a Ford Island y
preparamos los sacos, justo antes de cenar, son ya las nueve. Saco
dos polares de la mochila que traía Lizz y le ofrezco uno. Nos
sentamos en la arena de la playa a cenar. Ninguno de los dos
pronuncia palabra. Creo que estamos a gusto, así,en silencio. Sólo
se escuchan las olas del mar rompiendo sobre las rocas, el sonido de
las aves y cada respiración.
¿Dan?- La miro.Tiene los labios y
las manos entumecidos por el frío y la nariz y las mejillas
sonrosadas. Por cada respiro, una bocanada de vaho sale despedida de
sus labios. Su mirada de ojos verdes está perdida en el horizonte,
observando, pero sin mirar realmente nada.- Creo que me he enamorado
del velero.
Estallo en carcajadas, pero la
comprendo. Ella ni siquiera vuelve la cabeza. Yo esbozo una sonrisa y
asiento.
Entonces ella recuesta su cabeza sobre
mi pecho y exhala un largo suspiro. Observo sus largas pestañas
sobre sus mejillas repletas de diminutas pecas, y los largos
tirabuzones dorados desperdigados sobre mi polar. No sé cuanto
tiempo ha pasado desde que se ha echado, pero me percato de que se
ha dormido. Me recuerda a un ángel.
Deslizo con suavidad sus piernas dentro
del saco, la cojo en brazos y la coloco sobre la arena, unos metros
más alejados de donde nos encontrábamos antes, por si sube la
marea. Ella murmura algo en sueños y vuelve a recostar la cabeza
sobre el saco. Le coloco una manta por encima, e intento que le cubra
hasta la nariz. Dispongo mi saco a su lado y, al estar dentro, me
tapo con otra manta. Siento mis párpados, que en pocos instantes
estarán cerrados. Observo el cielo estrellado y acerco mi mejilla a
la cabeza dorada de mi hermana, y es en ese momento cuando mis brazos
se posan sobre su vientre, cuando el sueño me invade por completo.
Un albatros, uno de los muchos que
rondan la costa y se posan sobre el agua salada,patinando en ella, se
ha acercado a mí y me ha picoteado varias veces la nariz. Todavía
no ha amanecido cuando cinco minutos después, abro los ojos y me
encuentro con una noche parecida a la anterior. Casi que no queda
ninguna estrella. Lizz sigue durmiendo como una princesa,
plácidamente sobre su saco, en la arena. Me desperezo y el olor a
agua salada me recuerda que estoy sediento, y abro la mochila para
encontrarme solamente con una garrafa de agua. Eso hace gruñir a mi
estómago. Tendré que llegarme a la ciudad a por el desayuno antes
de que mi hermana despierte. Diviso mi reloj cerca del saco y miro la
hora. Sorprendido, leo las seis de la mañana. Frunzo el ceño y
maldigo tres veces la estampa del ave que espanté hace varios
minutos. Afortunadamente, tengo tiempo más que suficiente como para
despertar a mi hermana con un magnífico desayuno.
Recojo la mochila y me alejo de la
orilla en el velero, esperanzado en que Lizz no se despierte hasta
que vuelva.
Cuando llego a casa de los abuelos, mi
abuelo ya está levantado. No me entretengo mucho,y le anuncio que
pasaremos la mañana en la playa y vendremos sobre la hora de comer.
No lo veo muy pendiente, pero él asiente y yo me encojo de hombros.
Meto en la mochila leche condensada y unos dos pedazos del bizcocho
del día anterior.
Vuelvo a subir al velero. Los reflejos
de luz invaden las sombras de regreso a la playa. Poco a poco, gana
lugar entre ellas, envolviendolo todo. Es un viejo pintor que con su
invisible pincel da lugar a los tonos,un poema que la luz canta
suavemente,en su esencia. Y el mar aparece ante mí,en un armonioso
recorrido de varios matices. Y la esbelta vela de mi
velero,desafiando al viento esta vez. Y allí,entre tanta belleza,es
cuando lo oigo. El sonido de aviones, que arrebata todo lo demás,
incluso la clara pureza de la aurora.
Cortantes,heladas gotas de lluvia
muerden mi piel expuesta. El creciente sol está tratando de romper a
través de la penumbra. Cañonazos rompen a través de la niebla y
uno de los acorazados, situado cerca del velero, explota. Los gritos
rasgan el aire cuando una segunda ronda desde el cielo acaba con uno
de los aviones de la base. Después de aquello,el poco sentido del
orden que queda se deshace. Gente gritando,gente sangrando,gente
muerta flotando en el mar. Puedo sentir el tic tac del reloj de
pulsera en la distancia, pero me detengo tan sólo unos minutos para
atracar a unos diez metros de la playa. Me tiro al mar sin pensarlo
dos veces y nado hasta llegar a la orilla. Y es en aquel momento
cuando espero entrever el cuerpo de mi hermana echado sobre el
saco,y un charco de sangre bañando su rostro. Tengo un momento de
pánico y me encuentro sin mediar sonido alguno, buscando algún
rastro suyo en la arena,pero me percato de que el saco está vacío.
Me arrodillo y lo golpeo sin saber bien qué hacer, sintiendo una
especie de desesperación levantándose en mí, hasta que alguien
tira de mi polar hacia atrás.
Envuelvo mis brazos alrededor de su
cintura,atrayéndola hacia mí, siento su rostro bañado en lágrimas
gritando en mi oído. Miles de momentos surgen a través de mi. Beso
su mejilla,su nariz,ambas manos.Compruebo que no esté herida.
Abrocho los botones de su polar mientras mis dedos tiemblan y la cojo
en brazos,cruzando la arena dentro del frígido aire. Hago rechinar
mis dientes y corro como puedo dentro del mar,empujando a los cuerpos
inertes,mis pies escabulléndose entre el agua cubierta de sangre
espesa, desafiando cada ola que me empujaba hacia atrás. Resbalo dos
veces antes de llegar a la cubierta. Cojo en hombros a Lizz,quien se
agarra con uña y carne para no caer,y la impulso hacia arriba.
Ya subidos, el viento azota nuestros
rostros,pero no bloquea el sonido de otro bombardeo. Negras formas se
arrastran por las sombras,silenciando a quien sea que haya
sobrevivido a la caída. Y es en entonces,cuando la popa de nuestro
velero estalla. Lizz apenas ha conseguido llegar al timón y
maniobrar para sacar el velero del baño de sangre.
Jadeando,temblando,me deslizo y agarro mi mano a la vela para
sujetarme y un grito estrangulado sale de mi garganta. Lizz se
vuelve,y encuentra mis ojos a unos metros de distancia. Detrás de mí
sólo hay mar y trozos de madera flotando. Me articula algo con la
boca que yo no puedo descifrar. Niego con la cabeza para indicarle mi
confusión. Corre hacia mí y coloca sus brazos en mi espalda,
mientras observo como pequeñas lágrimas cubren su rostro,sus
mejillas,nariz y labios sonrosados por el frío del amanecer.
Centenares de paracaídas llueven sobre nosotros y veinte de ellos
explotan simultáneamente a unos cincuenta metros de nuestra
posición. En menos de un minuto, todo el mundo está muerto. Lizz me
arrastra hasta el timón como puede. Unos instantes después,ha
soltado amarras,como le enseñé y estamos navegando entre un mar
rojo repleto de cuerpos atrapados en medio de llamaradas de
fuego,refugiados,desarmados,desorientados y muchos de ellos heridos.
La niebla dificultaba mi visión,o eso
creía. Cada vez más,la sangre escarlata sobre el mar se iba
pareciendo más a una mancha oscura en un panorama gris. Cada vez
más,los dorados tirabuzones de mi hermana se iban perdiendo en la
oscuridad,al igual que el ardiente sol que me quemaba. La vela de
nuestro velero siguió blanca,tan pura y tan leal,que supe que no nos
iba a abandonar,aunque ya apenas quedase nada de barco. La madera
pulida,resquebrajada,era devorada por la marea del mar. El horrible
paisaje se convirtió en un completo desorden de blancos y
negros,borrrosos,lejanos.
Y fue en aquel momento cuando me di
cuenta de que apenas me quedaban momentos para seguir consciente. Lo
último que pude ver,entre tantos gritos desgarradores,entre cada
muerte,fue que Lizz había conseguido atracar en la orilla. Ella se
giró y corrió hacia mí. Sé que me llamaba sin cesar,lo
sentía,aunque mis ojos se hubiesen cerrado para siempre. Sentía su
mejilla apoyada sobre la mía y su corazón latiendo junto al mío.
El calor que emanaba su cuerpo. Sí, repetía mi nombre,y sé que lo
seguiría repitiendo pasara lo que pasara. Esbozo una sonrisa.
Nuestros momentos con L.Albatross nos ha hecho aprender muchas cosas.
Cosas más importantes que manejarlo.
EPÍLOGO:
La voz a la que estoy acostumbrado,no
deja de susurrarme ''adelante''. Aunque,después de dos años,no
recuerdo que haya una sola vez que no me lo haya dicho. Yo no la noto
diferente,aunque supongo que habrá cambiado,al igual que ella. Y es
que yo recuerdo a mi hermana pequeña,con esos rizos rubios,unos
grandes ojos aguamar...Y en invierno,con esa nariz tan colorada.
También recuerdo aquel día,y cómo
logró salvarnos a los dos. Cómo agarró ambos timones,uno de ellos
mi existencia,otro hecho de madera. Cómo nos arrastró hasta la
orilla,aunque los dos estuviéramos heridos.
La isla ha sido prácticamente
destruida. Todo aquello cuanto amábamos de Pearl Harbor ha
desaparecido sin dejar ningún rastro. Hasta el mar es diferente para
mí, sólo recordando aquellos momentos imborrables, aquellos cuerpos
sin vida flotando. Ya no es lo mismo sumergirse bajo sus aguas.
Noto su palma de la mano cogiendo mi
muñeca y tirando hacia arriba.
Ya hemos llegado,me repito.
¿Cómo olvidarlo? Incluso
ciego,incluso cuando han pasado ya dos años,yo todavía lo recuerdo.
Lo recuerdo porque es algo que he
aprendido,vivido y enseñado. Porque sé que es algo que forma parte
de mí. Y es que es ahora cuando me doy cuenta de lo mucho que lo he
echado de menos. De que esos días de viento,yo añoraba algo,algo
que sé que si no está conmigo,no soy yo.
El crujir de la madera bajo mis pasos.
El tacto de la barandilla. La textura de la vela,tan blanca como las
alas de las aves que graznaban cerca. Mis manos. Ambas manos sobre el
timón,sobre el corazón del barco. Sin pensarlo,busco a tientas los
amarres y apoyo ambas manos con cuidado,escuchando las olas bajo mi
rostro,y los suelto. Vuelvo,despacito,al timón. Sé que Lizz está a
mi lado para cogerme si me caigo y no encuentro apoyo alguno.
Pero...ella también lo sabe. Es algo que jamás olvidas,por muchos
años que pasen,que recuerdas siempre. Es algo,que,como dije
antes,llevas en el corazón. Y no se olvida,como no se olvida el
nombre de un hermano.
Respiro el aire,la brisa marina entra
en mis pulmones. Así es como me siento. Vivo,otra vez. Y allí
cuando suspiro,y su nombre escapa entre mis labios.